Mil años de soledad
que rasga el alma del cuerpo,
un diapasón roto en la retina
donde emerge la oscuridad.
Avanzó por el laberinto
marcando paredes
con uñas de siglos,
nudos de nostalgia que trepan
hasta el precipicio donde yacen
guerreros y caballos,
bestias de antigua acuarela
ahogadas en la necrópolis
de todos los olvidos.
La neblina clavada
en espinas de tiempo
en mis pies de arcilla horadada.
Ya no sangro, soy lápida sin epitafio,
lágrimas muertas que el mito devora
como monedas sobre ojos del difunto.
Soy la melodía jamás escuchada,
tormenta de susurros en un lago congelado,
lamentos magdalenos que perforan
el espejo de un rocío sin amanecer.
Soy el ave sin alas
que surca el océano
de osarios secos,
pesadilla que erupciona
púas de diamante
en mis brazos de
calendario detenido.
Las azucenas clavan su luto
en el desierto de tu memoria.
Mil años de soledad,
mil cadenas de arena
cenizas de una estrella
ceñidas a mi cuerpo
de reloj sin el tiempo,
mil ecos de un nombre
que jamás esculpiste
en la piedra.
---Christian Aycho Carbajal
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